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Banderillas de colores, la verdad que esconden

  • hzotescipres
  • 29 ene 2018
  • 4 Min. de lectura

Este post será en castellano ya que está dedicado a un bello aprendizaje de vida que México y sus gentes me regalaron. Por él estaré eternamente agradecida.

Pasa poco tiempo desde que aterrizas en México y ves por primera vez las banderillas de colores. En toda fiesta o evento mexicano, nunca pueden faltar estas banderillas que atraviesan el horizonte celeste tiñéndolo de colores y desdibujando el uniforme color azul. Al extranjero esto le suscita la inquietud de averiguar cual será el motivo de festejo que estas banderillas parecen anunciar con sus vivos colores.

Sin embargo, es cuando comienzas a verlas en múltiples lugares y momentos cuando te sumes en la confusión sobre su razón de ser, sobre por qué están ahí, colgando sobre nosotros mientras el viento las acaricia y mientras estas le roban protagonismo al eterno azul. Desde una fiesta de barrio, a un concierto de banda, o a la simple unión armónica de edificios en la villa, encontramos estas pinceladas de color que en un principio parecen no tener un motivo justificado. No obstante, esta aparente coincidencia o caos del color esconde una gran verdad.

A todo amigo o amiga que me pregunta por qué México fue tan importante para mí, le contesto que es porque me enseñó algo muy importante que cambió mi forma de vivir mi vida, y de ver el mundo, al otro y a mi misma. Hoy quiero explicarme mejor, siendo justa y añadiendo que México no es solo “lindo”, sino “libre”. Hoy las banderillas de colores son mis mejores aliadas y compañeras para darme a entender.

Las banderillas de colores hablan mucho de la cultura de México, una cultura de la diversidad, de la alegría, de la espontaneidad, del sol, del ahora, de la apertura al otro, de la valentía, de la bienvenida, del « mi casa es tu casa »; en definitiva, hablan de una cultura del color. México me demostró con su ejemplo a no temer a sonreír al desconocido, a acoger al extranjero, a amar sin esperar ser amada, a vivir el presente sin sentir angustia por el avenir.

Quizás sea atrevida al decir que México ha acabado con el monopolio del color especial que tiene Sevilla, y del que también caí enamorada. Pero volviendo a México, su color es especial porque en este color caben todos los colores. No hay ninguno que no tenga espacio en la cuerda que sustenta las banderillas. Para todas hay un lugar. Porque en un solo color se funde el universo con el resto de colores.

Así es como México me hizo sentir; me acogió sin preguntar, me cuidó sin agobiar y me mimó sin demandar; me acunó y me sonrió sin pedir nada a cambio. México respira aire de colores, y aroma de alegría. Al caminar por sus tierras y saludar a sus gentes, al atravesar sus banderillas de colores, una atmósfera de alegría, de vivacidad, de color te envuelve de una manera indescriptible.

Esta es mi percepción de México, que no implica que sea la misma para otros extranjeros que como yo han vivido en este país. Cada humano es un mundo y su percepción es única e igualmente válida.

No obstante, me gustaría puntualizar algo. Imagino que cuando empezasteis a leer el post y teníais una imagen bien distinta de México de la que estoy describiendo en estas líneas. Ese México que sale en las noticias con la medalla de la inseguridad, del narcotráfico, de los asesinatos, del machismo, de la corrupción, de los feminicidios… Un país atravesado por la violencia y el dolor, y sin embargo, un país donde sus gentes han aprendido a vivir su vida lidiando con las innumerables incertidumbres, inseguridades, dificultades y presiones. El color coexiste con el dolor, y alivia el sufrimiento. No me malinterpretéis con lo expresado antes; México es un país complejo cuyas gentes se enfrentan a numerosas dificultades, amenazas y problemas, no menos que los nuestros. Sin embargo, creo que la diferencia reside en la manera en que hacen frente a estos obstáculos.

Creo firmemente que es en la resiliencia, en la capacidad de sobreponerse a las dificultades, donde se ve la verdadera altura de una cultura. Y en su actitud ante la vida. Esta actitud es una decisión individual, al alcance todos, sin importar clase, color o raza, sin excusas ni victimismos. Esta actitud hacia el universo revela hasta qué punto una persona es libre. Y es esta actitud a la que yo me atrevo a llamar “libertad”.

Poco a poco comienzo a ver estas banderillas en más lugares, y me pregunto si finalmente estemos aprendiendo la lección que México me enseñó y que ha enseñado a todo aventurero que osó abrir su corazón a sus colores. Quizás, y ojalá, nosotros, economistas de nuestro propio tiempo y vida, autoproclamados libres, e imbuidos en la monotonía del rutinario negro, azul marino o gris, sepamos acoger y comprender esta enseñanza.

Cuando abandonas México y te despides de esas banderillas que han sido testigos de tu paso por las tierras que las crearon, comprendes por qué están ahí, observantes, centinelas de la alegría y del sol. Y entonces lo entiendes. Entiendes por fin que lo que anuncian es algo mucho más grande y permanente que cualquier fiesta mundana…y es que sus colores no son más que un homenaje, un festejo abierto de la vida que cada día se nos da como regalo.

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