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Kuwait-212

  • hzotescipres
  • 1 may 2018
  • 14 Min. de lectura

Siempre me ha gustado dejarme llevar por las oportunidades y aventuras que la vida nos va presentando. Pero nunca me imaginé que acabaría pasando buena parte de mis 22 y los albores de mis 23 en el desértico extremo del Golfo Árabe.


Los que me conocéis, sabéis que ya desde principio de la carrera había buscado oportunidades para escaparme a un país árabe (Egipto y Túnez). No una, sino dos veces la vida rectificó mis planes presentándome experiencias inesperadas que ni yo misma había buscado. Así, tuve que renunciar temporalmente a esta punzante curiosidad que se había despertado en mí varios años atrás.

Mosaico de una representación del estado de Kuwait y de sus lugares y características emblemáticas.

Kuwait. O mejor pronunciado, Kueit. Sabia poco de este pequeño país en el momento de solicitar la beca que me permitiría iniciar este viaje. En aquel momento, rellenando los espacios de aquella anticuada solicitud y sin ser demasiado consciente de qué lugar era aquel al que poco a poco me iba acercando, no podría imaginarme todo lo que esta experiencia me depararía.


Y no me malinterpretéis, los que habéis viajado y vivido por un tiempo en el extranjero sabéis todo lo esto conlleva. Todo lo bueno, pero también todo lo menos bueno. Porque vivir también tiene sus momentos difíciles. Viajar y visitar lugares nuevos es una aventura. Pero esta aventura significa también dejar lo conocido (y querido) atrás. Tus amigos siguen reuniéndose, disfrutándose, saliendo de fiesta los fines de semana, haciendo viajes al pueblo de fulano, compartiendo tardes de la semana después del trabajo o clases para compartir la cotidianidad de su vida. Y a veces, desde la distancia, observas esta hermosa cotidianidad y la extrañas, extrañas no tener que empezar de cero una amistad, sino disfrutar de la espontaneidad y autenticidad de una amistad ya labrada y bien asentada. Extrañas a tus sobrinos, y lamentas no estar allí para ver sus pequeños pero relevantes progresos. También extrañas las cenas en familia, las películas de domingo en las que con frecuencia te acabas quedando dormida, o incluso las pequeñas riñas del día a día con tu padre o tu hermano. Extrañas a tu madre preocupándose por ti, por que te abrigues, por que la cama esté bien hecha, por que comas un poco de todo, y de que no bebas más de dos copas. Extrañas caminar por tu barrio, ir al mismo bar de siempre con los de siempre, sin que nunca se convierta en monótono gracias a la impredictibilidad de las personas que convierten esos momentos en únicos. Viajar no puede garantizar todo eso. Es el coste de oportunidad que exige a cambio.


Cuadro del Museo de Arte Moderno de Kuwait. Mercado o zoco de Mubarakiya a principios del siglo XX.

Mi prioridad al venir a Kuwait era aprender árabe y acercarme a una mejor comprensión del Islam y de la cultural del país, y a poder distinguir qué es cultura y qué es religión.

Las escasas ideas sobre la cultura que se me venían a la mente eran hombres vestidos con batas blancas o distashas decoradas con pañuelos en la cabeza sujetos por aquella extraña cuerda negra o aqal que me vería forzada a aprender para hacerme con una en el mercado. Sabia que era un país que había sido invadido por Saddam Hussein, que valoraba inmensamente sus aliados internacionales, especialmente desde que la coalición internacional liderada por Estados Unidos les ayudara a expulsar al vecino invasor. Sabia que era un país con una posición estratégica en la región, y que previamente a su independencia había estado bajo el protectorado británico. Sabía que era un país desértico, y que el clima seria extremdamente cálido. También sabía que bajo su árido suelo se encontraba una de las mayores reservas de petróleo del área y del mundo.

Puerto junto al centro comercial "Suq Sharq"

Sin embargo, sentada en la cama de la habitación 212 de la residencia internacional estudiantil (femenina, si es que cabe la duda) miro atrás y me abruma pensar en cuánto desconocía. Y miro hacia delante y me estremezco al pensar lo que todavía me queda por descubrir.

Kuwait es muchísimas más cosas que las que un día pensé y escuché. Poco a poco, con cada oportunidad diaria de hablar con alguien, de escuchar comentarios, de leer artículos o periódicos, de contrastar opiniones con otras estudiantes como yo, de visitar sus lugares, de frecuentar sus abundantes cafeterías, de reflexionar bajo las estrellas del desierto, de experimentar Kuwait bajo los ojos de diferentes ciudadanos kuwaitís pero con ambiciones completamente diferentes para su país…así, recogiendo retazos de cada una de estas experiencias he podido ir construyendo una imagen mas esférica, redonda, y sigo esforzándome para superar y reemplazar la plana ilusión con la que puse el pie en el aeropuerto aquel 4 de octubre por una representación más próxima a la compleja realidad en la que me veo inmersa.


Vistas de la costa de Kuwait desde las Kuwaiti Towers

A medida que voy descubriendo nuevos aspectos y realidades de este lugar, me doy cuenta de mi ignorancia. Ignoraba lo diferente que son unas tradiciones de otras. Si bien a menudo hablamos del mundo árabe, como si fuera uno y homogéneo, es fácil darse cuenta de la trampa conceptual al aterrizar en uno de los países que componen este gigante y arrogante término. No solo no existe una única cultura árabe; existen muchísimas, tantas como pueblos, no solo a nivel de estado o de país, sino internamente. Kuwait me ha enseñado esto, incluso siendo uno de los países árabes más pequeños. Los kuwaitíes procedentes de familias beduinas, antiguos nómadas que vivían en el desierto, siguen tradiciones y poseen una cultura diferente a la de los kuwaitíes que tradicionalmente han residido junto a la costa y se han dedicado a la pesca y a la recolección de perlas o al comercio con la India o el Este de África. ¿Curioso verdad? Y si Kuwait es un país de escasas dimensiones y posee en sus reducidas fronteras estas diferencias, imaginémonos la diversidad cultural de otros países de mayor extensión, como Arabia Saudí, Egipto o Irak.





Ignoraba también el profundo sentimiento patriótico de los kuwaitíes, reforzado por el trágico episodio de su historia cuando fueron sometidos bajo las fuerzas iraquíes en agosto de 1990. Ignoraba que fuera a ver la foto del Emir Al Sabah y del Príncipe Heredero cada vez que entrara a cualquier edificio público, incluso que me darían la bienvenida cada día al llegar a mi residencia, que ahora puedo llamar hogar. Ignoraba también, que acabara sintiendo una especie de sentimiento de afecto y de reconocimiento hacia estas fotografías.









Los diwanes son sitios de encuentro y discusión entre los hombres, de descanso y reflexión común. Actualmente vemos que los móviles también han afectado a las dinámicas y a menudo observamos hombres sentados en el diwan sin conversar entre ellos sino entretenidos con sus dispositivos.

Me sorprendió experimentar personalmente la cultura de los diwanes, espacios reservados para los hombres donde discuten temas de la actualidad del país, política o incluso de fútbol. En el mercado tradicional, o suq, llamado Mubarakiya en honor a una de las figuras históricas mas importantes de Kuwait, Mubarak, hay varios de estos diwanes. Las conversaciones son acompañadas de tés y del humo afrutado de las shishas. Son lugares tranquilos y confortables, que se comienzan a llenar en cuanto el sol se pone y la temperatura es más moderada. Un grupo de amigos y yo solemos ir cada sábado al mismo diwan, apartado del bullicioso centro del mercado. Aquí nos gusta conversar y desinhibirnos entre calada y calada de limón y menta, aunque sea inevitable que levantemos la curiosidad de los hombres que nos acompañan en el diwan.



Desconocía muchas de las implicaciones de la posición geoestratégica en la política interior y exterior de Kuwait. Ignoraba los complejos y frágiles equilibrios a los que esta sometido este país y que explican su estructura política. También desconocía que el Emir sería una de las figuras más relevantes en la mediación para la resolución de los conflictos y tensiones del Golfo tras la crisis entre Qatar y otros miembros del Consejo de Cooperación del Golfo, así como entre estos e Irán. Aunque hay mil detalles más sobre la situación política en Kuwait, no quiero detenerme en eso pues solo deseo plasmar de manera ligera algunas de mis impresiones sobre este país y mi experiencia hasta ahora.

No sabría tampoco la verdad sobre las fascinantes tormentas de arena que observo desde mi pequeño búnker en la segunda planta de la residencia. La impredectibilidad de estas tormentas aun me desconcierta, y cuando llegan, siento que, si el Apocalipsis existiera, sería algo parecido, con el cielo amarillo cobrizo y el sonido de truenos acercándose. Cuando esto ocurre, disfruto observando desde mi ventana este particular fenómeno, y viendo cómo los minaretes se alzan desafiantes en la lejanía.


Kuwait me sorprendió una vez más con la escasez de aceras y con sus infinitos atascos en los que masserati, porsche y jaguar se difuminan entre polvorientos autobuses en cuestionables condiciones que transportan a los obreros desde sus modestos complejos residenciales a la zona de obras. Tampoco se me pasó por la cabeza que cada día tuviera que superar una carrera de obstáculos para ir a comprar un brick de leche o una caja de dátiles, o para ir ir al banco a retirar algunos dinares.

Los contrastes están a la orden del día, encontrando a menudo edificios en ruinas o derruidos junto a modernos rascacielos. En cuanto te alejas ligeramente del centro de Kuwait, no tardas en comenzar a ver montículos de arena y obras de ingeniería en marcha por todos lados. Solemos bromear con que las carreteras adquieren un nuevo trazado cada noche, el cual es descubierto cada tarde durante la habitual carrera de obstáculos. No obstante, entre montículo y montículo siempre es fácil orientarse y saber dónde esta el centro de la ciudad. Este oasis de rascacielos es una imagen que se repite a lo largo de la costa del Golfo.


Tampoco sabia que habría tantísimos gatos en las calles, ni de la agresividad de sus riñas nocturnas que a menudo me roban el sueño y me hacen imaginar la riña de gatos del cuadro de Goya del Prado. Poco después de constatar la cantidad ingente de comida que se tira a la basura cada día en Kuwait pude entender cómo se podía sostener tal población de gatos callejeros y despejaría mis dudas sobre el por qué de la ausencia de roedores. A veces me entristece observar a estos gatos, cuya supervivencia depende básicamente de los excesivos desperdicios diarios de los ciudadanos de este país. Me entristece porque me asusta ver que no solo la supervivencia de esos gatos es resultado de deseos insaciables de consumismo de una minoría, sino que también lo sea la vida de una menos afortunada mayoría.

En cuanto a la gastronomía, nunca me imaginé que fuera posible una dieta basada en comer pollo dos veces al día. No obstante, esa es la dieta de la residencia en la que vivo y probablemente de la mayor parte de los inmigrantes. Los kuwaitíes a menudo disfrutan de una mayor variedad gastronómica debido al gran número de locales y restaurantes internacionales. Cadenas de restauración americanas, británicas o francesas, en las que muchos hombres (y las más afortunadas) kuwaities reviven sus recuerdos de cuando estudiaban su master o doctorado en universidades de Reino Unido o Estados Unidos.

En cuanto a mí, tendría que familiarizarme con las especias, especialmente con el azafrán y con el cardamomo, presente en buena parte de los dulces kuwaitís, además de en su tradicional café. Es curiosa la afición kuwaití por los postres y por el chocolate, así como por las galletas belgas Lotus y su uso en todo tipo de postres e incluso de bebidas. Tampoco imaginé que sustituiría mi vida "terracera" en bares de Washington por terrazas de variopintas cafeterías; aunque si pude anticipar que mi afición por los distintos tipos cervezas pronto sería reemplazado por una nada escasa gama de cafés, tés y zumos de originales y creativos sabores.



Inmigrantes en un autobús público.

Desconocía que hubiera tanta diversidad cultural dentro de unos pocos miles de kilómetros cuadrados. Descubriría que tan solo una minoría kuwaití tiene la ciudadanía y nacionalidad kuwaití, y que la masa restante que constituye alrededor del 70 % de la población comprende residentes temporales, muchos de los cuales con condiciones laborales y legales muy por debajo de los estándares que consideramos básicos en Europa. Muchos incluso carecen de nacionalidad, son apátridas o, como son comúnmente llamados en la región, “bidun” (“sin” en español, refiriéndose a sin nacionalidad). Desconocía las dificultades de muchos de estos inmigrantes que un día decidieron- o a los que la circunstancias les obligaron- abandonar sus países, sus familias, incluso hijos, sus hermosos pueblos y playas de Filipinas, sus bosques o sus ríos sagrados, para venirse a un entorno laboral extremadamente árido y muy a menudo injusto.


Muchos de vosotros y vosotras me habéis preguntado que cómo es la vida para una mujer en Kuwait. Depende. Depende de en qué situación se encuentre. Como en cualquier país, no es lo mismo ser estudiante que empleada, ama de casa o madre. Y en Kuwait tampoco es lo mismo proceder de una familia de origen beduino (a menudo mucho más conservadora) que de la costa. En el ámbito profesional, he conocido mujeres en situaciones y contextos diversos, y puedo decir que en Kuwait el mercado de trabajo es receptivo y acoge a la mujer. No hablaré de cómo resulta trabajar entre hombres ya que lo cierto es que no he tenido la oportunidad de contrastar opiniones sobre eso. Lo que sí he podido comprobar con mis ojos es que la política de promoción de la educación superior entre mujeres es exitosa y la mayoría de mujeres kuwaitís de mi edad asisten a clases en la universidad. No obstante, aun hay una tendencia más acentuada que en los países occidentales a escoger carreras de humanidades o ciencias sociales, como literatura o educación, y abogan menos por las ciencias o la ingeniería.

Por supuesto, hay muchas mujeres que visten abaya (túnica negra larga), algunas incluso niqab (tela que cubre el rostro de la mujer dejando visible tan sólo los ojos), mientras que otras tan solo llevan hijab cubriéndoles el pelo, e incluso algunas visten de una manera más occidentalizada sin llevar hijab. Esto demuestra la variedad de posicionamientos frente a la influencia occidental, la actitud frente a la preservación de tradiciones tales como la vestimenta en lugares públicos. Es importante que mencione que los hábitos de vestir bien abaya o ropas de corte más ancho responden a la cultura del país y de los diferentes subgrupos o familias, y en ningún caso a una exigencia religiosa, de la misma manera que los hombres deciden vestir el traje tradicional del Golfo a distasha.


No obstante, sí he percibido un trato distinto de la sociedad hacia la mujer. La primera vez que me subí a un autobús público que iba completo, varios hombres se levantaron para cederme su asiento. Ya podía estar el autobús repleto, que a cualquier mujer se le dejaría un espacio para que se sentara, a ser posible lo más cerca del conductor. De igual manera, en muchos supermercados existen cajeros específicos para mujeres, o los coches se detendrán para dejar paso a las mujeres que quieran cruzar calle.

Por otro lado, cualquier contacto físico público es evitado entre hombre y mujer, lo cual explica que los hombres se levanten para evitar estar sentados a tu lado, y no es porque les desagrade tu presencia. No obstante, eso no evita que la mujer esté expuesta a una mayor atención en la esfera pública por parte de la sociedad que puede incomodarla con frecuencia. En muchos ámbitos existe una segregación oficial entre hombre y mujer, como en la propia universidad. La primera vez que entré en la cafetería a por un café no me percaté de que solo había mujeres, simplemente me pareció una coincidencia. Poco después me enteraría de que existía otra cafetería en el edificio contiguo para los estudiantes varones.


Sin embargo, resulta complejo distinguir la procedencia cultural de estas tendencias ya que existen tantísimas culturas distintas conviviendo en un mismo país, la mayoría de ellas asiáticas, que resulta complejo descifrar hasta qué punto estos comportamientos forman parte de una cultura aprendida por los inmigrantes al llegar a Kuwait o si ya era parte de su cultura antes de venir.

A los kuwatíes no se les verá en la calle, sino en la universidad, en centros comerciales, parques públicos o jardines, en eventos culturales organizados por embajadas o centros culturales o en cafeterías del centro de la ciudad. Es por ello, que la interacción en el día a día con ellos no resulta fácil.


Por otro lado, hasta donde he podido averiguar, resulta curioso que muchos de los rasgos de la cultura y de las tradiciones kuwaitíes hayan evolucionado a lo largo de los últimos años. Quizás lo más sorprendente no sea que hayan evolucionado, pues todas las sociedades lo hacen, sino el hecho de que lo hayan hecho en el sentido contrario al que solemos considerar lógico. Previamente a los años noventa, estudiantes kuwaitís, hombres y mujeres, estudiaban codo con codo en las mismas aulas y podían almorzar juntos en el mismo comedor. La mayoría de las mujeres no llevaban abayas, y vestían de una manera más moderna, la mayoría enseñando su cabello. Esto indica que la evolución de las sociedades no siempre sucede en el orden esperado, sino que las sociedades pueden evolucionar en muchas direcciones e incluso retomar viejas tradiciones, como hemos visto en las ultimas décadas en muchos países árabes. Por tanto, la cultura y sociedad de Kuwait y su evolución es una cosa, y la religión otra, si bien pueden estar relacionados o una hacer uso de la otra. Y así me atrevería a decir que ocurre en la mayoría de los países del mundo árabe, donde existen diversas culturas y religiones, aunque el Islam sea la religión predominante.

Rascacielos y pequeñas mezquitas conviven en un país con ambiciones de modernidad pero donde la religión sigue siendo un elemento de cohesión social importante.


Ahora bien. Kuwait no es un país laico, pues la religión del estado es el Islam y el derecho está guiado por los preceptos Coránicos, o lo que se denomina Sharia. Sin embargo, sí posee un sistema político considerado semidemocrático desde los estándares políticos occidentales. Previamente a mi llegada a este país me informé y supe que Kuwait se regía por la Sharia. Sin embargo, ignoraba lo que esto supondría en mi vida cotidiana.

Hoy, desde mi experiencia personal, puedo decir que afecta de muchas más maneras de las que en un principio pude imaginar. No discutir temas políticos o religiosos en la esfera pública es uno de los más evidentes. La censura, presente en sus diversas formas, es otra. En mis múltiples visitas al cine, no me dejo de sorprender por el “arte” de la censura, de cortar escenas sin alterar el ritmo del filme. También existe la censura en revistas o en libros, y por supuesto, en internet. Otro efecto de las leyes de Kuwait que pronto se pondrá de manifiesto son las prohibiciones de comida y bebida en todo espacio público, incluso vehículos privados, durante las horas de sol en Ramadán. La infracción es penada legalmente con la cárcel a cualquier residente kuwaití que cometa estos actos. A nivel turístico, es un dato a tener en cuenta a la hora de visitar Kuwait, así como saber que personas de sexos opuestos únicamente pueden compartir una habitación de cualquier hotel en el caso de que así se pruebe con el certificado de matrimonio. Evidentemente el comercio con alcohol, drogas y cualquier producto derivado del cerdo está completamente prohibido y penado, siendo únicamente permitidos la importación y consumo a las embajadas pues sus espacios se rigen por las respectivas leyes de sus estados.


En cuanto a la religión, lo primero que hice para empezar el acercamiento fue comprarme el Corán (en castellano, pues al principio del año apenas era capaz de leer dos palabras seguidas en árabe) ya que el mío me lo dejé en España debido a las restricciones de peso al venir. También me di cuenta de que, a pesar de que ya conocía las diferencias internas básicas del Islam, realmente sabia muy poco sobre las diferentes prácticas sunís y chiís, e incluso sufíes. En Kuwait un 30% de los kuwaitíes son chiís (este último dato es especialmente relevante el equilibrio político interno del país) y hay una amplia población iraní residente.


Minaretes de una mezquita cerca de uno de los campus de la universidad de Kuwait (Jaldiya)

No importa a dónde dirija mi vista en este país, siempre encuentro algo que me recuerda dónde estoy. Pronto me familiarizaría con las medias lunas o el color verde. Las mezquitas son las manifestaciones más comunes y accesibles de la religión en este país. Si os soy honesta, nunca imaginé que encontraría tantas mezquitas por kilómetro cuadrado, ni que seria lo primero que vera al correr mis cortinas cada mañana, ni que acabaría reconociendo dónde me encontraba gracias a los numerosos minaretes. Tampoco pude imaginarme que cada día escucharía con serenidad la plegaria de la llamada a la oración o salat, ni que me acostumbraría a ella. Tampoco me imaginaba que mi mejor amiga fuera a ser musulmana, ni que aprendería a través de esta amistad que el Islam y el Cristianismo comparten tantísimas cosas, y que ambas ensalzan muchos de los mismos valores. También aprendí que hay diferentes formas de vivir el Islam y de concebirlo gracias a interminables conversaciones con compañeras musulmanas de diversos países tales como Francia, Hungría, Rumanía, Malasia, Kuwait o Argelia. Kuwait me corroboró que los fieles del Islam viven su fe de manera diversa y personal, y que no siempre se ajustan al canon estereotipado y difundido por muchos de los medios europeos y que parece que muchos gobiernos europeos nos quieren hacer creer. Aprendí que yo también era un poco musulmana, igual que cristiana o budista o deísta o confucionista, da igual porque que al fin y al cabo todos son caminos paralelos para llegar a un mismo Fin: la Verdad, Alá, Dios, Yahvé, el Bien, Nirvana, la Belleza, la Paz, la Unidad, o la Felicidad.



Creo que mi experiencia hasta ahora se resume en uno de los aprendizajes más básicos e importantes que he experimentado y que he tratado de plasmar en estas líneas.

Vivimos con estereotipos sobre realidades que desconocemos, y que a menudo creemos conocer ya que acuñamos imágenes de estas realidades prestadas por otros, bien por las opiniones de personas de nuestro entorno o por las recogidas en los medios de comunicación o en las redes sociales. Estas perspectivas u opiniones de otros que asimilamos, son con frecuencia simplificaciones exageradas y parciales (planas) de una realidad mucho más compleja o “redonda”. Y por supuesto, lo que aquí os acabo de transmitir, no deja de ser otra visión más, otro “plano” de una compleja realidad. Esta solo podrá ser entendida de una manera más integral si existe la voluntad de querer comprenderla por una/o misma/o.


Por eso, no hay que sustituir un estereotipo por otro; eso no nos aleja de la ignorancia. Abriendo los ojos y oídos, y buscando las respuestas por nosotros mismos, a través de nuestra propia experiencia y curiosidad...


Este es uno de los muchos atardeceres que el cielo de Kuwait me ha regalado.

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